El héroe de la semana: “Homosapien Uruguayanera”

La calidez del “Homosapien Uruguayanera” es extraordinaria. Nuestros maravillosos “abuelos” Primavera y Angelito que viven cerca del río y cuya granja atravesamos todos los días, nos reciben junto a su fogón para charlar, comer y mirar telenovelas brasileñas por televisión.

También están Mercedes y Rubén que ordeñan “vaquitas” y nos traen una botella de leche caliente o un poco del paté casero a nuestro campamento junto al río. Sara y Jorge que nos han dado de su vino casero y han tejido una bufanda para el frío, y nos pasearon por Montevideo para admirar sus bellezas naturales, sus astilleros y su influencia inglesa. Nuestro vecino de 85 años de edad, que nos saluda cuando corremos, nos invitó a su casa a compartir pizzas y coca-cola y para conocer a tres generaciones de su familia.

David, que llegó en un bote hecho usando la hélice de un aeroplane (!) y enseguida nos cobijó bajo las alas de su familia. Nos transplantará, a nosotros y los contenidos de nuestro hogar, a su granja, el día de nuestra partida (faltan 3 días) La última vez que dejamos nuestro querido bote, se transformó en una gruta, y eso fue solo por unas pocas semanas, no un año. Enormes gotones de agua como perlas brillaban desde el cielorraso, y en vez de” blanco magnolia”, los “pintores” eligieron una tonalidad de “verde moho” que sin dilación pintaron por todos lados.

Los uruguayos serán solo unas 3.5 millones de personas (la mitad de la población de Londres) pero vienen con un golpe de generosidad totalmente desproporcionado. Aun en una visita a la capital, Montevideo, cuando fuimos a darnos las vacunas contra la fiebre amarilla y una presentación en la escuela del proyecto 5000miles, nos encontramos acosados por una gran cantidad de gente que quería ayudar a estos “gringos”, y hasta la enfermera que nos dio la vacuna nos pidió que la mantuviéramos informada de nuestro avance.

Y todo esto, tratando desesperadamente de interpretar nuestro horroroso español.

Al tratar de aprender el idioma aprendemos también sobre las culturas, sobre la paciencia, comunicación, filosofía y sobre nuestro propio lenguaje… pero sobre todas las cosas, la terrible soledad que uno siente cuando no se puede comunicar con otro ser humano.

¡Gracias a dios existen estas almas caritativas que interpretan nuestro cotorreo aun esté de cabea o al revés y que han recibido a este par de gringos locos que corren en sus callecitas “sin zapatos y con un carrito”!

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