5000 Mile Project: Un encuentro con el atrevido señor zorro

Han pasado un poco más de tres semanas desde que comenzamos nuestra odisea a lo largo de Sudamérica investigando las áreas naturales que se encuentran en peligro. Nuestros pies ya se están acostumbrando a la rutina diaria, aunque no responden todavía como verdaderos pies atléticos.

Esta mañana emergimos de nuestra tienda de campaña montada al costado de la helada Ruta 9 que va de Morro Chico a Puerto natales. El tráfico no podría calificarse de atascado… de hecho, desde esta mañana hemos visto pasar a penas un puñado de 4×4 y algún ocasional ómnibus. Nos escudriñan como nosotros a ellos, sonreímos y saludamos con gestos, no es este el momento oportuno para pararse a charlar. El viento patagónico es tan intenso como lo ha sido esta última semana, pero por lo menos ahora concentra su fuerza en ráfagas esporádicas.

Nos lloran los ojos. El sol del invierno austral está bajo en el horizonte y las viseras resultan poco efectivas. Los rayos no filtrados transforman el camino hacia el norte en una silueta monocromática, pero la vista hacia atrás es la delicia soñada por todo fotógrafo: largas sombras y colores extraordinariamente vívidos.

Es en esta dirección en la que miro, y veo siete caballos salvajes sorprendidos al ver dos gringos y un carrito naranja cruzarse en su camino, a 80 km del pueblo más cercano. No es algo que pase muy a menudo. Nos miran curiosos mientras galopan con las crines al viento, en la estepa patagónica. Pero no son estos caballos los que me llaman la atención, sino la inconfundible cola tupida de un zorro sacudiéndose entre los escombros sobrevivientes de un bosque de lenga. No creo que se haya percatado de mi presencia, lo que es curioso, considerando la dirección del viento.  Para que nuestro proyecto tome vida, necesitamos capturar imágenes de la increíble vida silvestre del lugar, así que salto el alambrado y me acerco al bosque.

Recuerdo mirar los cachorritos de zorro jugando en la plataforma del tren en Herne Hill, ignorando el gentío que subía y bajaba de los trenes. Pero los zorros en las ciudades son causa de un complicado debate y esto de alguna manera se interpone a una observación sin restricciones. Igual, siempre fui muy reservado como para andar saltando las vías del tren vestido de traje para observarlos de cerca. Este, en cambio, es un animalito salvaje, en su elemento; un amigo en vez de un enemigo, y yo simplemente lo admiro. Y aunque mis probabilidades de encontrarlo de nuevo eran bastante remotas, decidí tratar; tenía tiempo.

Seguí las sendas meandrosas de los caballos en medio del sotobosque de berberis, con el corazón en la boca y los ojos fijos y atentos a percibir el más mínimo movimiento. Y pasó algo muy curioso. Apenas internado 50 metros en el bosque, veo una figura que mis sentidos casi se niegan a registrar, porque a 20 pasos de donde estoy parado, ahí está mi zorro. O no sabe que estoy aquí, o no le importa.

Olfatea el aire. El viento sopla en su dirección. Acabamos de correr unos 180 km en una semana y no hemos tenido la oportunidad de ducharnos…  seguramente debería huir. Cualquier humano en sus cabales lo haría.

¿Es acaso que me envuelve la luz del sol? ¿O es simplemente su  manera de ser? Al fin y al cabo, su nombre en Mapuche, “culpeo”, significa “Locura”, y debe seguramente referirse a esta manera tan atrevida en la que se hace totalmente visible a sus predadores. Como sea, compartimos este momento mágico, y luego me lanzo sobre mi cámara, antes de que se canse de la inacción y se vaya a continuar con sus asuntos a otra parte.

En términos generales, una buena vista de mamíferos salvajes en su hábitat es una rara ocasión. Tal vez porque los mamíferos salvajes en su mayoría, ya son una rareza. O tal vez es que ellos se muestran en lugares, momentos del día o estaciones en las que nosotros no estamos. Somos los vecinos molestos. Saciamos nuestra curiosidad con los documentales que vemos en la tele, con vistas aéreas de las persecuciones y de los actos de caza más increíbles, de luchas sangrientas y momentos íntimos, todos capturados en alta definición. Pero luego, cuando vemos la sección de “cómo hicimos esta filmación”, nos damos cuenta de las horas interminables de paciente espera que fueron necesarias para lograr esas imágenes.

Pero hoy, entre una sección de la carrera y otra, he disfrutado de este encuentro con el más apuesto de los caballeros del bosque, y estoy exaltado. Una de las beneficencias a quienes ayudamos con nuestra penosa carrera a recaudar dinero, es Conservación Patagónica. Ellos realizan un trabajo arduo y poco atractivo, aunque esencial para revertir estos hábitats desiertos como causa del pastoreo excesivo, a un estado más saludable para que mi amigo el zorro pueda vivir una vida plena y desempeñar su rol en este complicado y fascinante sistema que es la naturaleza. Esto le da sentido a nuestra expedición, y contentos, cargamos nuestras mochilas, nos ajustamos la ropa que nos protege del viento, y retomamos la carrera a lo largo del camino, sintiéndonos privilegiados.

Aunque a él yo no le haya resultado tan “especial”.

 

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